viernes, 1 de mayo de 2009

Kill City sin Batman

Guayaquil se parece mucho a Gótica, la célebre urbe que acoge a Batman, uno de los superhéroes más conocidos de entre los que habitan el Olimpo de esa mitología contemporánea a la que se la conoce como el Mundo del Cómic.

Las similitudes entre ambos espacios urbanos se pueden observar en las películas dedicadas al hombre murciélago. Gótica es una ciudad oscura, extraña mezcla entre lo decadente y lo nuevo; vacía (¿vaciada?) de sentido, da la impresión de que sus “regeneradas” paredes son de cartón.

Y de personajes célebres, ni se diga. El admirable Guasón del último film de Batman realiza una reflexión sorprendentemente precisa sobre su ciudad y sobre sí mismo: “¿Parezco una persona que hace planes?, dice el adorable y perverso criminal, comprendiendo que las autoridades de Gótica, junto con Batman, son los que planifican, registran, controlan y disciplinan todo en la ciudad. El producto final de esta operación socialmente asfixiante, es la pérdida de libertades y la proliferación de engendros criminales de toda índole. Lección de vida desde Gótica: la mera presión policial sobre los espacios de inseguridad, solo fomenta la creatividad entre los delincuentes y el miedo entre los habitantes de una ciudad amordazada.

No sería errado pensar además que lo que más fastidio produce en las autoridades locales respecto a los altos índices de inseguridad en nuestra versión de Gótica, es que aquella realidad obliga a los ciudadanos a despertar del soporífero estado de superficialidad al que nos empuja la vacuidad de nuestros espacios públicos. Son tiempos en los que la modernidad se ha diluido, y ya no nos importa nuestro bien ganado derecho a pensar por nosotros mismos, sino que por el contrario, exigimos que el otro, la Ley, “nos dé pensando”, tal como lo especifica el fabuloso Homero Simpson: “Lisa, la democracia sirve para elegir a gobernantes que piensen por nosotros”.

 Hacer que la gente se responsabilice de sus propias decisiones es un ejercicio incómodo e impopular entre los ciudadanos, quienes lo último que quieren escuchar es que su ciudad no es suya, sino de las autoridades (cuando no de los delincuentes); o que los altos índices de inseguridad responden a la renuncia generalizada de la apropiación popular de los espacios públicos.

¿Y Batman? Aparte de las reflexiones del Guasón sobre cómo él mismo sólo puede existir como antítesis de ese ardiente afán del superhéroe por controlarlo todo, podríamos recordar lo que se termina  diciendo sobre el Caballero de la noche: “Batman no es el héroe que necesitamos, sino el que merecemos”.

¿Será casualidad que dicha frase se ajuste tan bien al popular refrán “Cada pueblo tiene el gobierno que se merece”? En Guayaquil y en Gótica, reconocer la certeza de aquella frase, bien podría sumirnos en la más profunda melancolía; no obstante, reflexionar sobre nuestra mediocridad como ciudadanos y nuestra inoperancia como seres humanos desarticulados de alguna especie de comunidad, podría hacernos despertar, pese a que lo único que nos mueva a ello, sea la indignación. Guayaquil, con o sin Batman, debe hacerse cargo de sí misma.