viernes, 16 de enero de 2009

La frágil cordura ciudadana

Son las 10h00. En el pabellón infanto juvenil del hospital psiquiátrico, una niña que aparenta unos diez años grita y llora desesperada desde una cama de la habitación de mujeres. Dos estudiantes que realizan prácticas en el lugar se acercan a la cama y encuentran a la niña atada de pies y manos con retazos de tela.

 

Tratan de tranquilizarla. El infructuoso intento deja a los estudiantes con una sensación de impotencia que toma matices de morbo. De pronto, una enfermera del lugar se acerca, y sin que se le pida explicación alguna, se dirige a los estudiantes diciendo: “lo que pasa ES QUE…”

 

“ES QUE”, en nuestros tiempos, es un anuncio de que las cosas no pueden terminar bien. En efecto, la enfermera brinda una fresca explicación: “es que ella se sale del pabellón, se va a pedir plata por el hospital y luego con eso se compra golosinas, y por eso no almuerza. Entonces, para evitar que eso pase, la amarramos hasta la hora del almuerzo”.

 

Exceso de realidad para los bien intencionados estudiantes o no, ambos se descubren comprendiendo las razones de la enfermera, cuando piensan en las voces cantantes de su país, de su ciudad. Es que en tv un señor dijo que si la constitución se aprueba los “miserables” homosexuales van a adoptar niños. Es que en el sermón del domingo el curita dijo que vote por el no. Es que en el malecón se reserva el derecho de admisión para que no vaya a entrar esa gente que da miedo, o que toca guitarra, o que se quiere mucho.

 

Para colmo, por ahí anda un psiquiatra tratando de diagnosticar al presidente de manera pública, sin jamás haber tenido una entrevista con él, incurriendo en dos o tres atentados a la ética profesional. No es casual que el pabellón del psiquiátrico del que inicialmente hablé, lleve su nombre.

 

Las imposiciones culturales, usualmente implementadas en muchos niveles y desde varias instituciones (iglesia, municipio, estado, corporaciones, unidades educativas, etc.), irrumpen en la vida de los ciudadanos de manera aparentemente arbitraria; la verdad es que responden a una lógica utilitarista cuyo fin jamás ha sido crear ciudadanía, sino lo contrario: promover la obediencia ciega.

 

El problema central es el miedo. Por el lado del poder establecido, resulta aterradora la idea de que los sujetos tomen conciencia de su papel en el lugar que habitan y se atrevan a producir reflexiones propias respecto a la realidad que los rodea; por el lado de los habitantes, lo paralizante es que ante el hipotético desembarazo del discurso de los amos (religiosos, políticos, ideológicos), la idea de ser responsables de sus propios destinos por primera vez, resulta angustiante.

 

Con ayuda de los medios, los caudillos de la opinión pública no tienen dificultad alguna en dirigir la voluntad popular a control remoto. Basta con infundir periódicas dosis de terror en los individuos,  para tener a todo un país atado a una cama, amordazado, solamente para que no vaya a buscar “alguna golosina” que trascienda las fronteras de lo que es necesario y alcance los linderos de lo que es justo.

2 comentarios:

  1. Es buena la analogía: “frágil cordura ciudadana” con respecto a la “Sin cordura de la psicótica”. Aunque el sentido victimista que se atribuye en la primera parte de este escrito, considero que por ningún motivo se lo podría pensar a lo que refieres sobre la ciudadanía. <“Es que” la una es loca y los otros se hacen los locos>. Pero se hacen los locos, porque a fin de cuentas, así viven bien.
    Es difícil que las instituciones irrumpan en la vida ciudadana de manera arbitraria. Arbitrario sería usando la violencia, por ejemplo. La diferencia con la niña psicótica, es que, ella no quiere estar amarrada, y podría ser vista en algún momento como víctima, por su condición de psicótica, por su edad, por su tamaño, por su sexo: es vulnerable. Pero la ciudadanía qué? No existe vulnerabilidad, es vulnerable por que quiere. Aterradora o no, la idea de pensar acerca de las imposiciones del poder, es una elección del pueblo.

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  2. Saludos. Empiezo disculpándome por la tardanza en la respuesta al comentario. Algunas cuestiones, muchas de ellas ajenas a mis deseos, me tuvieron alejado de este engendro.

    Hablar sobre victimización es siempre más delicado y complejo de lo que aparenta en primera instancia. Podríamos decir, por ejemplo, que efectivamente, la ciudadanía como tal no se compara a la niña en cuestión en el relato. Haríamos bien en decir que la ciudadanía, en términos generales, "se hace la loca". Los guayaquileños somos particularmente aficionados (no los únicos ni los mejores, desde luego), al arte de ignorar los debates y las discusiones públicas sobre aquello que nos afecta.
    No obstante, no sería mala idea olvidarnos de absurdos absolutismos y suponer que lo único en juego es la ingente voluntad del "pueblo", como se le ha llamado acá, por acatar las imposiciones del poder. También existe el regente per se, que medio conoce los espacios en sobre los cuales la ciudadanía ya no tiene poder alguno de elección, y en base a ellos es capaz de construir mejores mecanismos de control. En este punto es que la ciudadanía se torna víctima, no sólo del regente de turno, sino de las consecuencias de su propia complicidad con él. Existen puntos de no retorno para las elecciones que una sociedad toma.

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