sábado, 4 de abril de 2009

Analgésica Posmodernidad

Una estudiante de colegio reflexionaba en clase. No comprendía por qué su profesor trataba de mostrarle la importancia de conocer si la esencia de un objeto está en su nombre, en sus características físicas, en el concepto en sí, o en algún otro lugar.

No es sencillo para un adolescente reconocer la importancia que esto tiene para su vida. Para empezar, nadie le enseñó jamás que el hecho de que alguien se haya preguntado eso hace algunos cientos de años, permitió que se eduque, que pueda leer, que tenga acceso a internet, celular, iPod, electricidad, música de cualquier parte del mundo y libertad de credo.

Por otro lado, no podemos culpar del todo a los adolescentes. Pasamos todo el tiempo publicitándoles una vida feliz y sin complicaciones, por lo que no resulta muy coherente con el discurso de la época, andar por ahí preocupándolos por la importancia de saber dónde está la esencia de una silla, de un gato o de un ser humano.

El gran proyecto de la época actual es evitar a toda costa los eventos o situaciones traumáticas, y de no lograrlo, se proponen mil soluciones que dejarán las cosas como si nada hubiera ocurrido. “Con ello se crea gente feliz”, parecen vociferar la caja tonta y las páginas de los diarios. Por ello, es preferible evitar que los ciudadanos se enfrenten a la incómoda tarea de analizar o elaborar críticas.

En este mundo, la crítica es una afrenta personal, una ofensa descarada. La tolerancia hace gala de sus excesos en todo medio de comunicación, donde la única opinión crítica válida es la que sostiene políticamente los argumentos del propietario de la empresa, o la que consigue algo de rating a costa de la privacidad de una que otra “estrella” del cada vez más ridículo jet set local. Fuera de ello, todo evento artístico o intelectual, toda cobertura noticiosa, toda obra municipal o estatal, deben forzosamente estar cubiertas con el velo de lo bonito.

Si alguien critica cualquier detalle de la labor del alcalde de Guayaquil, se convierte en correísta. Si lo criticado es la gestión del presidente Correa, uno se transforma mágicamente en socialcristiano. Así de maniqueístas somos, y ello configura el derrotero de toda intención de producir ciudadanía. Sin la crítica, todo proyecto intelectual, social, artístico o político, se convierte en un proceso de alienación y adoctrinamiento, o en un estéril ejercicio masturbatorio y narcisista condenado a la mediocridad.

Habría que aprender a sospechar de todo aquello que no se critica jamás. Lo único que hace que algo esté exento de opiniones negativas, es la injerencia de intenciones oscuras. La simplificación de las experiencias de vida resulta la más artificial y trágica de las invenciones humanas.

Mientras tanto, esperemos que la adolescente mencionada al inicio, comprenda algún día, que si ya no está condenada a que su única razón para existir sea engendrar la mayor cantidad de críos posible, es porque alguien alguna vez se hizo una pregunta: ¿dónde está la esencia?


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