domingo, 5 de abril de 2009

Lovecraft y Cronenberg: dos dimensiones del terror sobre el cuerpo.





Es particularmente complicado encontrar las relaciones y contradicciones en la forma en que estos dos autores manejan el terror dentro de la literatura y el cine.
Howard Phillips Lovecraft intenta sumergir al lector en relatos en los que lo siniestro se oculta tras el velo de lo innombrable, quedando totalmente fuera del alcance del sujeto toda significación posible de la causa del miedo. Significaciones que tocan incluso el aspecto físico (entidades sobrenaturales fuera del tiempo y el espacio, por tanto incognoscibles y potencialmente todopoderosos). Se trata de un terror de extroversión, una angustia proveniente de la idea de que hay algo intocable que puede emerger en cualquier instante sin que tengamos control alguno sobre ello. El horror proviene, inevitablemente, de la existencia de un gran Otro. Y solo se puede descubrir la existencia misma de este gran Otro acechante, en base a la tradición, a la leyenda, al mito.


David Cronenberg maneja un concepto diametralmente opuesto. El terror que él maneja no proviene de elementos simbólicos desanudados o exacerbados a través de la creencia en un gran Otro acechante, sino del interior mismo de la conformación más “concreta” de la que puede el sujeto adherirse: el propio cuerpo. El terror que emana de la fragilidad de la carne y su casi infinita capacidad de mutación, transformación y sometimiento. El cuerpo se vuelve no solo un lienzo sobre el cual plasmar un síntoma, una fijación; se vuelve, más precisamente, un objeto insoportable, con cargas libidinales que jamás se convertirán en palabra. El terror en Cronenberg realiza un movimiento doble de introversión. Se genera en el trauma del cuerpo y este trauma a su vez, al ser aprehendido por el sujeto, genera una nueva corriente bizarra de goce que requiere un nuevo objeto para ser saciado. Un nuevo cuerpo, o un cuerpo mejor, en todo caso. Aunque está claro: mejor no significa más bello, sino más efectivo.
¿Efectivo para qué? ¿Para mostrar? ¿Para trabajar? ¿Para gozar? Yo apostaría a lo tercero.



No obstante, parece haber un nexo entre las formas de terror que ambos autores manejan. El manejo de presencia/ausencia del “cuerpo del terror” es la función por la cual ambos autores deconstruyen la realidad simbólica de sus lectores/espec- tadores.

Este cuerpo, totalmente ausente en un caso, excesivamente presente en el otro, es el condicionante del goce que se pone en juego durante la experiencia literaria o cinéfila. Y al hablar de esto podemos imaginarnos que estamos mirando los dos extremos de un arco. 
¿Qué es el exceso de presencia de un cuerpo, sino la ausencia de cualquier otro cuerpo posible? Y el terror ante la ausencia de un cuerpo en la realidad, ¿no es acaso la indicación más precisa de que la indeterminación y falta de saberes (¿o del saber en falta?) sobre ese espacio que transitamos cotidianamente y damos por conocido, es siempre sujeto de las proyecciones fantasmáticas más terribles, grotescas, poderosas y excesivas? 


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